Ventana

Entro al aula y busco una silla vacía. En esa búsqueda, casi siempre lo veo en el mismo lugar. Siempre cerca de la ventana, como si quisiera estar lo más cerca posible del exterior. Yo a veces también me siento así. Me sofocan los lugares en los que no hay caras amigas, como ese aula. Cuando finalmente encuentro una silla, me llama alguien de la otra punta. Es una persona conocida, y, como inevitablemente siento una presión constante de hablar con alguien para no parecer apartada, me acerco. Hablo por un tiempo, esperando que empiece la clase, pero a veces esas conversaciones me hacen sentir más sola todavía. No es su culpa, es la de mi cabeza.

Cuando llega temprano, él saca un libro de su mochila. Siempre es un libro distinto, lo que me hace pensar en cuánto tiempo de su vida pasa leyendo. Pero además, siempre son libros gastados, un poco rotos, señal de que fueron leídos muchas veces. Mi clase favorita de libros. Yo nunca llevo ninguno, porque intento hablar, simular que estoy entretenida, cuando por dentro estoy pensando en lo mucho que me gustaría sacar mi libro favorito de la mochila.

Nunca lo vi hablar con nadie, pero a diferencia de lo que podría pensar cualquiera, no creo que se sienta solo, ni que llegue a la casa pensando en por qué nadie habló con él. Ojalá que no.

Porque a veces, aunque no siempre, las personas que más amigos tienen, que todo el tiempo salen con alguien distinto, que nunca dejan de hablar por su celular, son las que más solas se sienten. No hay nada peor que sentirse presionado/a a tener muchos amigos, a hablar con el resto, a reírte de todos los chistes que hacen los demás. No por evitar todo eso somos y estamos solos.

Por eso, algún día de estos, cuando deje esa presión de lado, y me sienta más acompañada por mi libro favorito y una buena canción, voy a sentarme en la silla vacía que esté más cerca de la ventana, y lo voy a buscar con la mirada en el aula, esperando que tenga él también su libro favorito en la mano.